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¿Importa la edad?

Hay personas mayores que al declarar nuestra edad, tenemos la sensación de que la cifra no es real, ni se corresponde con como nos percibimos. Y nos miramos una y otra vez en el espejo esperando encontrar algo que ya no existe. Nos cuesta asumir el avance de la edad porque implica renunciar a una imagen ideal y a ilusiones que ya no se cumplirán. También, porque somos parte de una cultura en la que predomina una idea negativa de envejecer.

Decir adiós a la juventud y aceptar nuestra edad significa reconocer internamente que nos vamos transformando con el paso de los años. Importa, en la medida en que hacer una valoración sincera de quienes somos y de donde estamos aporta paz y armonía y es la base de cualquier estrategia para envejecer con éxito. Tener presente la edad debe servir como acelerador y no como freno. Puede ser un estímulo para vivir más intensamente, priorizar lo que realmente nos importa y disfrutar más de las relaciones. Por el contrario, negar la edad y mantener la fantasía de seguir siendo joven y rebosante de energías, aunque sea parcialmente verdad, puede convertirnos en extraños para nosotros mismos.

Sin embargo, es evidente que envejecemos a distintas velocidades, que existen diferencias marcadas entre personas con la misma edad y que muchos criterios sobre la edad están condicionados por prejuicios de un pasado superado por la longevidad actual. Desde ese ángulo, la edad ha perdido mucho significado a la hora de predecir la competencia física, mental o social de una persona mayor.

El énfasis contemporáneo en que la expectativa de vida se va extendiendo sin fin puede contribuir a ocultar la existencia de la vejez y a menoscabar la motivación para abrazarla y disfrutarla como una fase más del ciclo vital, con sus limitaciones y sus oportunidades de crecimiento. En palabras de Ann Karpf (1):

“El concepto de que la edad no importa elimina el valor de la experiencia, nos priva de nuestra historia y nos impulsa a imitar una falsa juventud”.

¿Qué nos lleva a convivir con la idea de ser mayores? El reconocimiento de la edad puede comenzar a partir de los mensajes que nos transmiten las miradas ajenas (¡ay… las primeras veces que nos ceden el asiento en el autobús!) o de los cambios que observamos en las personas próximas. La psicoanalista A. Blanché (2) hace una consideración interesante:

“El cuerpo del cónyuge puede convertirse en la imagen del tiempo que corre, porque nos devuelve, como en un espejo, la imagen de nuestro propio envejecimiento y socava el mito de la eterna juventud y la inmortalidad”.

Enfermar o sufrir un accidente invalidante erosiona la confianza en nuestra fortaleza física y nos obliga a admitir que la vulnerabilidad está instalada en nuestras vidas. Cada molestia, cada deterioro funcional o en nuestra apariencia, nos confronta con los años cumplidos y nos pide poner al día la idea que tenemos de nosotros mismos. También la pérdida de un ser querido nos trae a la conciencia que nuestro futuro es limitado y que el final es real e inevitable.

No podemos retroceder en el tiempo, pero sí retrasar los efectos negativos del envejecimiento. Para lograrlo necesitamos potenciar la juventud que conservamos en nuestro interior: fomentando la capacidad de sorprenderse ante lo desconocido, de entusiasmarse y comprometerse, de ser curiosos y de dar y recibir amor.

Bartolomé Freire
Septiembre 2021

(1) Karppf, A. (2014): “How to Age”. London: Pan MacMillan.
(2) Blanché, A. (2014): “La retraite, une nouvelle vie”, Paris:Odile Jacob.

 

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